Violencia en las favelas brasileñas antes del Mundial y los Juegos Olímpicos

"La Vila Cruzeiro hoy pertenece al Estado" anunció la semana pasada el subjefe de operaciones de la Policía Civil de Río de Janeiro, Rodrigo Oliveira. Con 6 tanques dentro de la favela, los combates entre las fuerzas militares brasileñas y los grupos criminales organizados se extendieron por 5 días y dejaron como resultado 30 muertos. “Vencimos, trajimos la libertad al complejo del Alemão” afirmó el lunes el comandante Mario Sergio Duarte, tras tomar el control de otra favela. Los violentos enfrentamientos entre bandas de narcotraficantes y la policía y las fuerzas armadas de Brasil se sucedieron en los últimos días como una película de hollywood, con vecinos atrincherados en sus casas y la televisión transmitiendo en vivo desde sus propios helicópteros. Si bien pareció llegar la calma en las últimas horas, la violencia está lejos de llegar a su fin.

Los enfrentamientos en la favela de Vila Cruzeiro y en el complejo de Alemão, de Río de Janeiro, formaron parte de la escalada contra el narcotráfico que lanzó el gobierno provincial de Sergio Cabral, apoyado por el estado nacional, en respuesta a la ola de violencia criminal iniciada pocos días antes, que incluyó quema de autos y micros en distintos puntos de la ciudad. Lo que quedó sobre la superficie fueron los fuertes enfrentamientos con armas de fuego, las más de 50 víctimas fatales y los cientos de detenidos. La fuerza gubernamental contó con más de 15 mil hombres, entre policías, la marina y el ejército, para enfrentar a los grupos ligados al narcotráfico que dominan algunas favelas, conocidos como Comando Rojo y Amigos de los amigos. Las grandes organizaciones, antes enfrentadas, se unieron en los últimos tiempos para luchar contra los avances gubernamentales.

Los duros enfrentamientos tienen en lugar en Río de Janeiro, ciudad que recibirá la Copa Confederaciones 2013, el Mundial de Fútbol 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. Lejos de los valores deportivos, sus calles son en estos días escenarios de guerra y los conflictos armados no pueden explicarse sin la presencia en el horizonte de estos grandes acontecimientos. Incluso, las Fuerzas Armadas podrían quedarse en algunas zonas hasta el Mundial. Pero estos no son los únicos planes gubernamentales en relación a los próximos eventos deportivos. El gobierno gastará u$s 700 millones sólo para acondicionar el estadio Maracaná (donde se jugará la final del Mundial), de un total más de u$s 12.000 millones que se van a desembolsar en obras de infraestructuras con vistas a la Copa del Mundo y los Juegos Olímpicos. Las casi mil favelas que se asientan en Río de Janeiro, especialmente algunas cercanas al Maracaná, actúan como una señal de alerta para el desarrollo de las futuras competencias.

Un artículo reciente del intelectual brasileño Frei Betto da cuenta de un informe del Congreso de los Estados Unidos conocido en septiembre pasado, donde se informa que, entre los países en desarrollo que habían gastado más dinero en armas en 2009, Brasil aparecía a la cabeza de la lista. El país presidido por Lula desembolsó en este rubro u$s 7.200 millones, más dinero incluso que el destinado al programa Bolsa Familia, que alcanzó los US$ 5 mil millones. Como bien recuerda Frei Betto, en 2002, cuando el presidente norteamericano George Bush le pidió a Lula el apoyo de Brasil para la invasión de Iraq, Lula respondió: “Nuestra guerra no es para segar vidas sino para salvarlas. ¡Vamos a combatir el hambre!”. Según el Tribunal Supremo Electoral, en las últimas elecciones presidenciales que consagraron a Dilma Russef, los fabricantes de armas aportaron US$ 600 mil a los candidatos. En medio de tanta industria armamentista, no debe sorprender que casi 40 mil personas mueran asesinadas cada año en Brasil víctimas de las armas de fuego.

La violencia de los grupos organizados se intensificó desde que Río de Janeiro se adjudicó los Juegos Olímpicos de 2016 en octubre de 2009, sobre todo en lugares lejanos a las favelas, como carreteras nacionales y hoteles 5 estrellas. Incluso durante el Gran Premio de Sao Paulo de Fórmula 1 de principios de noviembre se registraron ataques contra el campeón mundial Jenson Button y un grupo de ingenieros de su escudería.

"Ratifico la confianza en las autoridades públicas y reconozco el esfuerzo del gobierno estatal de Río de Janeiro con el objetivo de reducir la violencia urbana", dijo el presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), Ricardo Teixeira, en un comunicado en medio de la ola de violencia. "El comité de Río 2016 tiene total confianza en los planes de seguridad que han sido elaborados en conjunto con los tres niveles del Gobierno (municipal, estatal y federal) y presentados al Comité Olímpico Internacional (COI)", sostuvo la entidad. Las autoridades parecen satisfechas.

En las favelas brasileñas viven, según un trabajo de la ONU, el 26,4% de la población del país. Mientras se avanza por la fuerza sobre estos territorios, el gobierno local liderado por Eduardo Paes cuenta con un plan urbanístico para reconstruir las favelas que incluye a más de 260.000 hogares y tendrá un costo superior a los US$ 4.500 millones. Sin embargo, la reconstrucción de los barrios más postergados no se completará a tiempo para el Mundial y los Juegos Olímpicos, ya que el plan de rehabilitación tomará diez años. Así, algunas de los barrios más peligrosos del país serán pacificados, como una suerte de cordón antiviolencia que permita el desarrollo de los grandes acontecimientos. Entre las prioridades aparecen las favelas más cercanas al estadio Maracaná.

Pele, Garrincha, Rosario y Adriano son algunos de los cracks históricos del fútbol brasileño que se criaron en humildes favelas, jugando a la pelota en canchas imposibles, rodeados de escasos recursos y violencia inminente. Estas historias revelan que el negocio futbolístico que tiene a Brasil como potencia mundial y que le hará ganar millones en los próximos años nace allí, en los barrios humildes, rodeados de muchas armas y escasos platos de comida. Quizás, con menos violencia y más juego, con más vínculos interpersonales y menos intercambios de disparos, con más planes de gestión política y menos balas directas, los cracks no deberían sufrir tanto antes de llegar a consagrarse y los pobres de Brasil algún día vivan en un mundo mejor.

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