Copa Confederaciones, el sueño y la pesadilla de Brasil

 Las muertes de un joven de 18 años en la ciudad de Riberão Preto y de otra mujer de 54 en Belén son la consecuencia más brutales de las marchas multitudinarias que vive Brasil en estos días. Las protestas fueron tan masivas y contundentes que no pudieron taparse con goles. Ni siquiera el fervor nacionalista propio de los discursos oficiales, que tuvo a Pele como máximo exponente, surtieron efecto. Con la Copa de las Confederaciones, Brasil se predisponía para una gran fiesta deportiva, cultural y política, que hoy hasta corre riesgo de naufragar.

La FIFA emitió hoy un comunicado donde negó terminantemente la posibilidad de suspender la Copa por las protestas sociales que han inundado en los últimos días las calles de decenas de ciudades brasileñas. El diario O Estado de Sao Paulo informó que miembros de la FIFA están negociando con los equipos para tratar de persuadirlos de que no abandonen el torneo. "La competencia se ha convertido en una pesadilla para la organización. La FIFA no se imaginaba que el evento sería perfecto, pero el alcance de los problemas es peor de lo que se preveía en el peor de los casos", añadió el matutino. Varios vehículos de la organización fueron atacados. Hinchas de Uruguay fueron asaltados; se bloquearon caminos de acceso a los estadios, lo que dificulta la llegada de los fanáticos; muchos familiares de futbolistas italianos ya se marcharon y seis jugadores de la selección española fueron robados en sus habitaciones de hotel.

La Copa Confederaciones fue el escenario pero, ¿por qué esto sucede en Brasil, un país que según la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) redujo en la última década la pobreza de 37,5 por ciento al 20,9 y la indigencia cayó del 13,2 al 6,1? Allí, 27 millones de personas dejaron la pobreza en los últimos años. El país tiene en este momento la tasa de desempleo más baja de su historia. Recibirá el Mundial de fútbol en menos de un año. ¿No es el fútbol un espacio festivo, de alegría, celebración y felicidad?

Las protestas surgieron hace poco menos de dos semanas, cuando miembros del Movimiento Pase Libre (MPL) se convocaron en San Pablo para protestar contra el aumento de diez centavos de dólar en el precio del transporte público. Aquello fue la mecha para encender una llamarada social que evidentemente se cocinaba hace tiempo. Hoy, los futbolistas brasileños que participan de la Copa se solidarizan con los manifestantes, que día a día pueblen decenas de ciudades del país.

El músico Caetano Veloso escribió en su sitio web sobre las protestas: “Se trata de una expresión de insatisfacción de la población con una situación de lo púbico que muestra su agotamiento. No se trata sólo del gobierno PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño) en el Estado o en la ciudad, ni del PT (Partido de los Trabajadores) a nivel federal. Es todo un conjunto que necesita escuchar de los ciudadanos que ya no hay aceptación pasiva de lo que ellos deciden que sea”.

Las protestas comenzaron con un reclamo puntual y hoy se extienden a demandas como los altos impuestos, la inflación, la corrupción y los servicios públicos deficientes. En este marco, los 26.000 millones de dólares de dinero público que se han invertido (o gastado) para la organización del Mundial 2014 y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro de 2016 pueden resonar como despilfarro para el 35 por ciento de la población que vive con menos de 2 dólares al día.

Probablemente nada altere el proyecto FIFA de desarrollo de los mundiales de fútbol, que pone a los estados a desembolsar grandes cantidades de dinero para llevar adelante el torneo mientras empresas privadas ganan con la realización de las obras y desde Zurich se venden los derechos de televisión para llevarse la verdadera ganancia.

Para este conflicto, fue un factor determinante la llamada Ley General de la Copa, que entre otras cosas establece zonas exclusivas en torno a los estadios, donde se comercializan los productos oficiales de la FIFA y de sus patrocinadores; además, genera exenciones fiscales y legales, para eximir del pago de impuestos a empresas y miembros relacionados con el torneo, a la vez que libera de culpa y cargo a individuos de la organización ante determinados delitos.

Otras leyes han permitido a los gobiernos municipales endeudarse para la construcción de obras faraónicas para el desarrollo del torneo, muchas de las cuales no responden a las necedades urgentes de sus habitantes. Como si fuera poco, ya surgen numerosas denuncias por sobreprecios en las obras y corrupción.

Cuando en 2007 la FIFA entregó a Brasil la organización del Mundial, seguramente ni los ejecutivos de Zurich ni el gobierno sudamericano imaginaron semejante rebelión ante este proyecto corporativo. La grieta entre las necesidades de la Copa del Mundo, llevadas adelante por el poder público, y las demandas de los ciudadanos de a pie se hizo cada vez más profunda. El trabajo de las organizaciones sociales, nucleadas en el Comité Popular de la Copa 2014, denuncia desde hace tiempo muchos de los reclamos y acusaciones que hoy se expresan en las calles. "Los maestros valen más que Neymar", decía alguna de las pancartas en las protestas. "Queremos que el dinero se invierta en las escuelas y los hospitales, no en estadios", se leía en otra.

La Copa de la Confederaciones surge bajo la idea de simulacro de la Copa del Mundo, para encender a los fanáticos del país anfitrión, promocionar el torneo y chequear cómo marcha la organización. Aquí, todo se volvió un boomerang, que lejos de dar mayor promoción al Mundial terminó por mostrar la peor cara para el gobierno brasileño y para la FIFA. Algunos partidos se jugaron con protestas en torno a los estadios, con balas de goma como sonido de fondo. "El fútbol es para unir a la gente. Es para construir puentes, para generar entusiasmo, para traer esperanza ", dijo Joseph Blatter. Quizás la FIFA, esta vez, haya equivocado el libreto.

Aquí una campaña contra la organización de la Copa del Mundo 2014:

 

Dolor en rojo: los hinchas de Independiente y el descenso

Cuando el escenario estaba preparado para la batalla, los hinchas de Independiente decidieron aceptar los sucesos deportivos como aquello que son. Con cantos de amor y lágrimas de tristeza. Con gritos o en silencio, pensando en aquellos colores rojos de toda la vida, hoy caídos en desgracia. El fútbol argentino terminó una semana trágica con la violencia ausente allí donde más se la esperaba. Un equipo que acepta su destino, hinchas que eligen cargar con la tristeza y el desconsuelo sin castigar a nada ni nadie. Gestos contraculturales en el fútbol de la Argentina.

A comienzos de semana, el fútbol sumó una nueva víctima fatal: Javier Jerez, hincha de Lanús, murió ante el disparo de un policía desde pocos metros. Los incidentes generados por los hinchas obligaron a suspender entonces el encuentro entre Estudiantes y los granates. Fue el segundo partido suspendido de la jornada: dos días antes, los disturbios de los fanáticos obligaron a detener el empate parcial entre All Boys y Vélez.

En esta marco llegaba Independiente y sus hinchas al encuentro ante San Lorenzo, que podía sellar su despedida de la Primera División. Los antecedentes no ayudaban a esperar un escenario pacífico. Hace dos años, cuando River Plate se fue a la B, todo hacía presagiar grandes disturbios si el descenso se consumaba y eso finalmente sucedió.

Las autoridades se dispusieron para esa situación. Vallaron la sede de Independiente, cortaron calles de Avellaneda y desplegaron policías para evitar la barbarie. Fue una clara muestra de cómo se predispone la organización del fútbol argentino ante los acontecimientos deportivos: prepara el escenario para la batalla, dando por supuesto que de esa forma resuelven los hinchas sus lamentos deportivos. Lo habían hecho los propios hinchas de Independiente en el partido de la semana pasada ante River, cuando rompieron butacas de la tribuna mientras su equipo era derrotado en el césped.

Quizás las causas de toda esta situación escape a las propias autoridades, poco eficaces para evitar los incidentes, ni qué decir de su capacidad para prevenirlos. Seguramente, entran en juego aquí discursos y sentidos dominantes, porque, según muchos de ellos, en el fútbol argentino no hay espacio para la derrota. Porque el que pierde no es, no existe, fracasa. Sin embargo, cuando la desgracia deportiva se consuma, ingresa el juego de la tragedia espectacularizada, con los discursos y prácticas violentas de los hinchas y el dramatismo como moneda corriente.

El descenso deportivo es visto en la Argentina más que como una tragedia de deportiva. Como una historia que se va apagando, como la agonía de un equipo que hecho para grandes proezas, que no pierde permitirse transitar otro camino que el de la grandeza deportiva. No importa si el club ya descendió en el aspecto económico, si fomenta la violencia de su hinchada, si destrozo su vida social e institucional. El descenso de categoría se ve como la humillación eterna. La pérdida de un honor, una marca que quedará para siempre.

En esa defensa del honor ingresa muchas veces la violencia, esa marca distintiva del fútbol argentino en los últimos años. Un honor que se defiende de las peores formas, pero que surge como un valor máximo de los hinchas, que se lo cargan sobre sus espaldas. Los fanáticos de Independiente lo defendieron con lágrimas y cantos. Y dieron vuelta la máxima que pone a la violencia como norma. Ayer, la sorpresa fue la jornada en paz.

Aquí el final del partido entre Independiente y San Lorenzo y los cantos de los hinchas: