A menos de dos semanas del partido inaugural entre Sudáfrica y México, el Mundial 2010 ya se ha vuelto eje central de la agenda mediática y de las conversaciones cotidianas. Finalizados los campeonatos domésticos, los diarios muestran entre las primeras planas las informaciones sobre los seleccionados nacionales y los canales de televisión deportivos trasmiten los encuentros amistosos preparatorios de los equipos clasificados. Los futbolistas lesionados, los cambios de último momento, los agasajos presidenciales, las publicidades emotivas, las reseñas históricas sobre las viejas Copas del Mundo y sus protagonistas, los periodistas en vivo desde Sudáfrica, son algunos de los contenidos que se integran al aparato mediático, que se inunda de nacionalidad futbolística cada cuatro años, con la esperanza de que esta vez sea el país propio el que vuelva con la copa.
Declaró alguna vez Kofi Annan, ex Secretario de las Naciones Unidas: “El fútbol es el único juego verdaderamente global, practicado en todos los países, por todas las razas y religiones. Es uno de los pocos fenómenos que gozan de la universalidad de las Naciones Unidas”. El Mundial de fútbol aparece hoy como la cita máxima del deporte más popular del mundo. En el siglo XXI, el fútbol se presenta como un fenómeno de masas global que se inscribe dentro de un proceso de mercantilización del ocio deportivo. Es un juego hecho industria que avanza sobre la casi totalidad del planeta, con mayor y menor adhesión según el territorio, pero de una penetración tal que da lugar a un sin fin de industrias adyacentes que ponen sus ojos sobre el acontecimiento, vinculándose con él bajo su propia lógica. Así, el fenómeno mundialista se vuelve tan amplio que resulta inabarcable. Las ofertas de plasmas en 50 cuotas, las miles de prostitutas que llegarán a suelo sudafricano, los ratings televisivos multiplicados, los jugadores publicitando yogures por TV, los interminables debates periodísticos sobre el juego. Son todos costados posibles sobre los cuales poner los ojos, dentro de un proceso nacido al calor de 22 jugadores y una pelota.
Pero en el caso de la Copa del Mundo, el fútbol aparece ligado a la nación, porque son combinados que representan a un país los que se integran a la competencia. Esta situación vuelve más rico o más problemático el proceso, según cómo se lo mire. Porque el fútbol construye identidades e imaginarios y, en Argentina y en muchos países, funcionó históricamente como operador de la nacionalidad.
Escribió la filósofa y politóloga sueca Chantall Mouffe: “Yo encuentro en el fútbol un buen modelo de la era democrática, de convivencia. En cada mundial, países que no son muy poderosos participan en un plan de igualdad y muchas veces vencen. En el fútbol, aparece la posibilidad de que la gente se sienta formando parte de un nosotros. Pero la pasión por el fútbol esté muy bien cuando se da al lado de la lucha democrática, entonces se refuerzan mutuamente. Pero cuando hay una especie de sobrevaloración del fútbol, porque no pueden encontrarse esas formas de participación en el campo político, entonces puede llegara tornarse muy peligroso”.
En Sudáfrica, seguramente se dará una convivencia pacífica entre equipos y entre hinchas de diferentes países. El deporte se vuelve así forma viable y legítima para establecer amistad, generar vínculos, aunque sean efímeros. En cada país que tenga a su equipo participando de la Copa, y muchos otros también, miles de fanáticos se sentarán frente a los televisores a seguir los partidos. Afrimó la ensayista argentina Beatriz Sarlo: “En la era posmoderna, el fútbol opera como aglutinante: es fácil, universal y televisivo. Y es quizás la forma en que la nación incluye a quienes de otro modo, abandona”. En países fanatizados como la Argentina, la pelota cruza todas las clases sociales e iguala a millones de personas detrás de la Selección. Pocos acontecimientos logran semejante proeza. Allí están los festejos del reciente Bicentenario argentino para dar fe.
Henry Ford, el presidente estadounidense, afirmó que un buen éxito deportivo puede servir a una nación tanto como una victoria militar. Porque el título de campeón del mundo de fútbol no es solamente conquistado por un equipo sino por la sociedad de la que procede. La colectividad se proyecta en el equipo y pone en él sus esperanzas de conquista, pero también sus frustraciones. Y allí es cuando una frustración puede volverse peligrosa.
El Mundial es una construcción colectiva a escala planetaria, que reviste características particulares en cada lugar. Nos sentaremos a ver los partidos como cada cuatro años, con la esperanza de que ésta vez sí sea la nuestra. En los encuentros de eliminación directa, algo correrá sobre el estómago cada vez que el rival merodee el área propia, sabiendo con un gol en aquellas instancias se vuelve una diferencia profunda. Al final, nuestra mente recordará los equipos simpáticos del torneo, los jugadores antes desconocidos, los resultados inesperados, los goles inolvidables, las atajadas imposibles. Todo eso se integrará a la memoria inútil, que aflorará más tarde en discusiones de café. Pero así como el Mundial involucra, de una u otra manera, a gran parte de la población, no está de más recordar que al fin y al cabo, no es ni más ni menos que un campeonato de fútbol, que no solucionará nuestra cotidianeidad. Un triunfo o una derrota no serán más que alegrías o tristezas efímeras. Pero todo formará parte de una historia, personal y colectiva, que de alguna forma involucra a todos los amantes del deporte. Por eso, es mejor prepararse, que lo mejor está por venir.
Declaró alguna vez Kofi Annan, ex Secretario de las Naciones Unidas: “El fútbol es el único juego verdaderamente global, practicado en todos los países, por todas las razas y religiones. Es uno de los pocos fenómenos que gozan de la universalidad de las Naciones Unidas”. El Mundial de fútbol aparece hoy como la cita máxima del deporte más popular del mundo. En el siglo XXI, el fútbol se presenta como un fenómeno de masas global que se inscribe dentro de un proceso de mercantilización del ocio deportivo. Es un juego hecho industria que avanza sobre la casi totalidad del planeta, con mayor y menor adhesión según el territorio, pero de una penetración tal que da lugar a un sin fin de industrias adyacentes que ponen sus ojos sobre el acontecimiento, vinculándose con él bajo su propia lógica. Así, el fenómeno mundialista se vuelve tan amplio que resulta inabarcable. Las ofertas de plasmas en 50 cuotas, las miles de prostitutas que llegarán a suelo sudafricano, los ratings televisivos multiplicados, los jugadores publicitando yogures por TV, los interminables debates periodísticos sobre el juego. Son todos costados posibles sobre los cuales poner los ojos, dentro de un proceso nacido al calor de 22 jugadores y una pelota.
Pero en el caso de la Copa del Mundo, el fútbol aparece ligado a la nación, porque son combinados que representan a un país los que se integran a la competencia. Esta situación vuelve más rico o más problemático el proceso, según cómo se lo mire. Porque el fútbol construye identidades e imaginarios y, en Argentina y en muchos países, funcionó históricamente como operador de la nacionalidad.
Escribió la filósofa y politóloga sueca Chantall Mouffe: “Yo encuentro en el fútbol un buen modelo de la era democrática, de convivencia. En cada mundial, países que no son muy poderosos participan en un plan de igualdad y muchas veces vencen. En el fútbol, aparece la posibilidad de que la gente se sienta formando parte de un nosotros. Pero la pasión por el fútbol esté muy bien cuando se da al lado de la lucha democrática, entonces se refuerzan mutuamente. Pero cuando hay una especie de sobrevaloración del fútbol, porque no pueden encontrarse esas formas de participación en el campo político, entonces puede llegara tornarse muy peligroso”.
En Sudáfrica, seguramente se dará una convivencia pacífica entre equipos y entre hinchas de diferentes países. El deporte se vuelve así forma viable y legítima para establecer amistad, generar vínculos, aunque sean efímeros. En cada país que tenga a su equipo participando de la Copa, y muchos otros también, miles de fanáticos se sentarán frente a los televisores a seguir los partidos. Afrimó la ensayista argentina Beatriz Sarlo: “En la era posmoderna, el fútbol opera como aglutinante: es fácil, universal y televisivo. Y es quizás la forma en que la nación incluye a quienes de otro modo, abandona”. En países fanatizados como la Argentina, la pelota cruza todas las clases sociales e iguala a millones de personas detrás de la Selección. Pocos acontecimientos logran semejante proeza. Allí están los festejos del reciente Bicentenario argentino para dar fe.
Henry Ford, el presidente estadounidense, afirmó que un buen éxito deportivo puede servir a una nación tanto como una victoria militar. Porque el título de campeón del mundo de fútbol no es solamente conquistado por un equipo sino por la sociedad de la que procede. La colectividad se proyecta en el equipo y pone en él sus esperanzas de conquista, pero también sus frustraciones. Y allí es cuando una frustración puede volverse peligrosa.
El Mundial es una construcción colectiva a escala planetaria, que reviste características particulares en cada lugar. Nos sentaremos a ver los partidos como cada cuatro años, con la esperanza de que ésta vez sí sea la nuestra. En los encuentros de eliminación directa, algo correrá sobre el estómago cada vez que el rival merodee el área propia, sabiendo con un gol en aquellas instancias se vuelve una diferencia profunda. Al final, nuestra mente recordará los equipos simpáticos del torneo, los jugadores antes desconocidos, los resultados inesperados, los goles inolvidables, las atajadas imposibles. Todo eso se integrará a la memoria inútil, que aflorará más tarde en discusiones de café. Pero así como el Mundial involucra, de una u otra manera, a gran parte de la población, no está de más recordar que al fin y al cabo, no es ni más ni menos que un campeonato de fútbol, que no solucionará nuestra cotidianeidad. Un triunfo o una derrota no serán más que alegrías o tristezas efímeras. Pero todo formará parte de una historia, personal y colectiva, que de alguna forma involucra a todos los amantes del deporte. Por eso, es mejor prepararse, que lo mejor está por venir.
Como pasa cada cuatro años. Tal vez aprovechen para sancionar leyes que pasarán desapercibidas por el Mundial. Y seguramentente también en materia del fútbol local habrá alguna noticia que no se le dará tanta trascendencia
ResponderEliminarSiempre recuerdo una frase: "El fútbol es demasiado negocio para ser sólo un deporte, pero es demasiado deporte para ser sólo un negocio" ...
ResponderEliminarEs interesante, pero más que nada, apasionante, y ambos adjetivos se entremezclan constantemente