Thomas Wiseman
En silencio, el mundo ve a la muerte transitar por Libia. Primero Túnez, luego Egipto, Bahrein, Argelia, el mundo árabe está enterrando a sus dictadores, o al menos intenta luchar contra ellos.
Es interesante pensar como, desde que los jóvenes multimillonarios árabes decidieron hacer pie en occidente y estrechar lazos allí, fueron vistos muchas veces como simpáticos aventureros dispuestos a levantar algún equipo de fútbol de capa caída (Málaga, Manchester City) o como empresarios - políticos ávidos de invertir dinero en eventos deportivos como el Mundial de Clubes, la Fórmula 1, el Masters Femenino de tenis o el Mundial de fútbol de 2022. Los habitantes de estos países podrían así ver a sus ídolos más de cerca.
Muchos de los mecenas dueños de millones son parte de estas familias de dictaduras que gobiernan desde hace décadas estos países de Medio Oriente, sin democracia ni derechos humanos. Se ve que ni a los clubes ni las federaciones respectivas les importa de dónde nacen los millones con los que pagan sus deudas.
En silencio, el mundo ve a la muerte transitar por Libia. Primero Túnez, luego Egipto, Bahrein, Argelia, el mundo árabe está enterrando a sus dictadores, o al menos intenta luchar contra ellos.
Es interesante pensar como, desde que los jóvenes multimillonarios árabes decidieron hacer pie en occidente y estrechar lazos allí, fueron vistos muchas veces como simpáticos aventureros dispuestos a levantar algún equipo de fútbol de capa caída (Málaga, Manchester City) o como empresarios - políticos ávidos de invertir dinero en eventos deportivos como el Mundial de Clubes, la Fórmula 1, el Masters Femenino de tenis o el Mundial de fútbol de 2022. Los habitantes de estos países podrían así ver a sus ídolos más de cerca.
Muchos de los mecenas dueños de millones son parte de estas familias de dictaduras que gobiernan desde hace décadas estos países de Medio Oriente, sin democracia ni derechos humanos. Se ve que ni a los clubes ni las federaciones respectivas les importa de dónde nacen los millones con los que pagan sus deudas.
Saadi Kadafi, uno de los hijos del todavía líder libio, construyó una carrera como futbolista de la mano de un pobre desempeño en las canchas pero con sus millones sobre las espaldas. Así, clubes de Malta e Italia (como Udinese, Perugia y Sampdoria) parecieron ver en Kadafi hijo un anzuelo para llegar a los miles de barriles de petróleo de su país. Hoy, el joven Kadafi dirige la Federación Libia de Fútbol, el Comité Olímpico de su país y tiene una participación mayoritaria en el club Al Ahly Trípoli. Además, en estos días desempeña un papel determinante en la resistencia del gobierno de su padre contra el avance rebelde.
Su padre aún no fue expropiado de las acciones de la Juventus, donde es el segundo mayor accionista. Mediante la empresa Lafico, una empresa árabe dedicada a las inversiones extranjeras, Kadafi padre cuenta con el 7,5 por ciento de las acciones del club, valuadas en 17,5 millones de dólares. En estos días, sus directivos se debaten en cómo explicar que desde 2001 se sientan a la mesa con semejante personaje, o con sus enviados, y manejan el club con los dineros que provienen de sus manos.
Este fútbol moderno, de sponrsors y futbolistas convertidos en estrellas, muchas veces se nutre de dinero mal habido. Pero si a muchos gobiernos no les interesa el origen de los depósitos bancarios, menos podrá esperarse de los dirigentes deportivos.
Los futbolistas que disfrutan de los millones son modelos para las mejores marcas y para los miles de hinchas que los miran desde la tribuna y la televisión. Hace pocos días, un niño de Libia sostuvo una pancarta que en la ciudad de Bengasi, al noroeste del país, que exigía el apoyo de Lionel Messi a la lucha del pueblo contra su líder dictador. “Messi dice que lo que pasa en Libia ahora es una verdadera carnicería", rezaba el cartel. Justo Lionel, que se expresa poco fuera de la cancha, pero mucho dentro de ella, era incentivado a denunciar las atrocidades de Kadafi. Habla poco y dice menos Messi cuando enfrenta los micrófonos. Si no tiene mucho para contar sobre la pelota, menos podrá agregar sobre la política.
Cuando Diego Maradona fue excluido por doping en el Mundial de 1994, hubo protestas callejeras en Bangladesh. Quizás en aquel tiempo de menos sporsors y más pelota al piso había más lugar para lo auténtico. Hoy, todo es corrección y buenos modales en el primer mundo deportivo. Mientras tanto, las balas se cruzan en Libia. Allí Messi no es el mesías como en Barcelona.
Su padre aún no fue expropiado de las acciones de la Juventus, donde es el segundo mayor accionista. Mediante la empresa Lafico, una empresa árabe dedicada a las inversiones extranjeras, Kadafi padre cuenta con el 7,5 por ciento de las acciones del club, valuadas en 17,5 millones de dólares. En estos días, sus directivos se debaten en cómo explicar que desde 2001 se sientan a la mesa con semejante personaje, o con sus enviados, y manejan el club con los dineros que provienen de sus manos.
Este fútbol moderno, de sponrsors y futbolistas convertidos en estrellas, muchas veces se nutre de dinero mal habido. Pero si a muchos gobiernos no les interesa el origen de los depósitos bancarios, menos podrá esperarse de los dirigentes deportivos.
Los futbolistas que disfrutan de los millones son modelos para las mejores marcas y para los miles de hinchas que los miran desde la tribuna y la televisión. Hace pocos días, un niño de Libia sostuvo una pancarta que en la ciudad de Bengasi, al noroeste del país, que exigía el apoyo de Lionel Messi a la lucha del pueblo contra su líder dictador. “Messi dice que lo que pasa en Libia ahora es una verdadera carnicería", rezaba el cartel. Justo Lionel, que se expresa poco fuera de la cancha, pero mucho dentro de ella, era incentivado a denunciar las atrocidades de Kadafi. Habla poco y dice menos Messi cuando enfrenta los micrófonos. Si no tiene mucho para contar sobre la pelota, menos podrá agregar sobre la política.
Cuando Diego Maradona fue excluido por doping en el Mundial de 1994, hubo protestas callejeras en Bangladesh. Quizás en aquel tiempo de menos sporsors y más pelota al piso había más lugar para lo auténtico. Hoy, todo es corrección y buenos modales en el primer mundo deportivo. Mientras tanto, las balas se cruzan en Libia. Allí Messi no es el mesías como en Barcelona.
No entiendo a qué va la nota...
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