Lamentablemente, el festejo de un hermoso gol terminó ayer convirtiéndose en la nota más destacable de un partido vibrante, con llegadas, definido recién sobre el final. El cabezazo de Gastón Fernández a los 40 minutos del segundo tiempo le dio a Estudiantes la victoria por 2 a 1 sobre Independiente y le permitió al equipo de La Plata conservar la punta del campeonato. Poco ortodoxo pero efectivo, la “Gata” cabeceó con el parietal derecho una pelota que describió una larga parábola en el aire para colarse por encima del esfuerzo de Gabbarini. Golazo y victoria agónica para seguir soñando con un nuevo título.
Lo que vino después fue una muestra de la intolerancia cotidiana del fútbol argentino. Fernández corrió en un festejo alocado frente a la platea y la popular de Independiente, se sacó la camiseta y expuso su felicidad por más de un minuto. Fue amonestado y quizás su festejo haya sido desmedido, ante una tribuna local poblada de hinchas que, como siempre sucede, encienden su furia ante el más mínimo estímulo que proviene del terreno de juego. Los hinchas que se enfurecen por la mala de definición de un jugador propio, por un lateral mal cobrado por el árbitro, cómo no iban a desatar su ira por un festejo que consideran provocador. Hasta Carlos Matheu, el defensor de Independiente, se acercó a Fernández para increparlo. La escena se completó dos minutos después, cuando Fernández se retiró del campo reemplazado y tuvo que ser custodiado por la policía ante un nuevo ataque de ira de los hinchas rojos.
Los incidentes habían comenzado en la previa, cuando dos grupos de hinchas de Estudiantes se enfrentaron en las puertas del estadio Libertadores de América. Las fracciones antagónicas se empujaron para lograr ingresar primero y lograr una mejor ubicación en la tribuna visitante. Se produjeron algunas corridas y pequeños incidentes que por suerte no pasaron a mayores. La Policía Bonaerense aprovechó para repartir algunos palazos entre muchos de los hinchas que nada tenían que ver con los enfrentamientos.
A la salida de la cancha, tras el affaire Fernández, la policía tuvo la brillante idea de retirar al árbitro del partido Saúl Laverni en plena desconcentración de la parcialidad local. Los simpatizantes, furiosos todavía porque el juez no había expulsado al delantero de Estudiantes, comenzaron a insultar y escupir a Laverni hasta el árbitro abordó su auto auto. Entonces decidieron lanzar patadas a las puertas hasta que el vehículo partió raudamente.
Pero si la violencia real y simbólica forma parte estructural de la escena cotidiana del fútbol en la Argentina, también encuentra en sectores de la sociedad civil gestos que invitan a suponer que la batalla por un mundo más tolerante no está definitivamente perdida. Ayer a las 18.30, un grupo de vecinos del barrio porteño de Saavedra inauguró extraoficialmente la plaza rebautizada bajo el nombre de Daniel García, en homenaje al hincha argentino asesinado en Paysandú, Uruguay, en la Copa América de 1995. El diputado porteño Raúl Puy ya presentó un proyecto en la Legislatura porteña para dar un marco legal a la iniciativa.
El caso de García es un fiel exponente de la inoperancia, la complicidad y la inutilidad que existe en las instituciones argentinas y uruguayas para enfrentar a la violencia. García, de 19 años, viajó a Uruguay a presenciar el partido entre Argentina y Chile sin autorización necesaria para salir del país, que debía tener por su condición de menor de edad, pero pudo abandonar la Argentina sin problemas. Luego del partido, su grupo fue atacado por una patota que portaba armas blancas. Como bien denunció Luliana García, presidente de presidente de Familiares de Víctimas de la Violencia en el Fútbol (FaViFA), la protección política argentina y la inoperancia del juez uruguayo Otto Alfredo Gómez Borro impidieron llegar a la verdad y hoy la causa está archivada.
Daniel García estudiaba en el quinto año del ENET Nº 1 y en sus ratos libres manejaba el taxi de su padre. Victima primero de la violencia y después de la impunidad, hoy es recordado por casi 2000 vecinos que firmaron el proyecto para que se nombre aparezca en la plaza ubicada en Goyeneche y Ruiz Huidobro, en Saavedra. En 1995, acompañado por hinchas de Platense y Defensores de Belgrano, habría sido atacado por un grupo de barrabravas de Morón y Tigre, sin ninguna provocación previa, sólo por ser hincha de otro equipo. Si empezamos a entender que el jugador o el hincha rival no es un enemigo sino un contrincante circunstancial y necesario del juego, el fútbol tendrá más chances de ganar su partido y dejará menos espacio para las noticias trágicas.
Yo creo que es muy sexy:D
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