El estadio Soccer City de Johannesburgo fue el escenario del primer acto masivo de Nelson Mandela después de su salida de la cárcel en 1990, tras 27 años de cautiverio. El 16 de diciembre de aquel año, dijo Mandela ante los miembros de su partido, el Congreso Nacional Africano: “Sabemos que nuestra libertad está cerca y que ahora estamos en el último tramo de una larga marcha que debe terminar con nuestra victoria”. El viernes pasado, Mandela no estuvo en el Soccer City, en la ceremonia de apertura del Mundial de fútbol de Sudáfrica. La muerte de su bisnieta el día anterior, sumado a su frágil estado de salud, impidieron verlo en la fiesta que dio inicio a la Copa. El Soccer City, el estadio más importante del país, luce hoy remodelado y cuenta con una capacidad de 94.700 espectadores. Todo a un costo de unos 370 millones de dólares. Tras la fiesta de apertura, sudafricanos y mexicanos empataron allí 1 a 1.
La presencia de la Copa del Mundo en el continente africano por primera vez sigue siendo un dato insoslayable del acontecimiento, no sólo por las famosas vuvuzelas sino por la llegada a un lugar postergado del evento deportivo más convocante del mundo. Pero al hurgar un poco más en la forma en que la FIFA aterriza en el lugar, todo se parece más a un negocio corporativo de una multinacional que a un divertido juego convertido en un gran espectáculo.
En Sudáfrica, por estos días las sociedades y delegaciones oficiales están exentas del pago de impuestos. Un ejemplo de ello es Host, la empresa del nieto del presidente de la entidad, Josep Blatter, que administró la venta de entradas del Mundial, los hoteles oficiales y los paquetes receptivos, con un descuento del 20 % en el alojamiento para las Federaciones internacionales y allegados. Hoy no existen restricciones en cuanto a la importación y exportación de moneda extranjera para los miembros de la FIFA.
La casa madre del fútbol mundial espera obtener en este campeonato el 50 % más de ingresos que los alcanzados en Alemania 2006. Los derechos de transmisión, el dinero de los sponsors, las ventas de entradas y demás le reportarán a la FIFA más de 3.000 millones de dólares. Para este Mundial, los derechos de televisión fueron vendidos en más de 2.000 millones y los múltiples patrocinantes oficiales aportaron entre 100 y 200 millones de euros para aparecer en los carteles. Los sudafricanos gastaron 2.500 millones, principalmente en la construcción de cinco estadios nuevos y en la remodelación de otros tantos, necesarios para que todos los escenarios estén ajustados a las exigencias internacionales.
La FIFA cuida con recelo sus múltiples negocios. En un país con 18 mil asesinatos al año, los policías municipales trabajan codo a codo con los hombres de la FIFA para detener a aquellos que venden mercadería no autorizada. Entre 60 y 100 agentes de cada ciudad siguen las órdenes de la gente de la FIFA para confiscar todo elemento ilegal que exhiba palabras como "Copa del Mundo", "Sudáfrica" y "2010", además de los logos oficiales y sus combinaciones. Toda la mercadería que incluya esos símbolos pertenece a Blatter. Hasta del nombre del país se apropió la FIFA para ganar dinero.
El gobierno sudafricano se comprometió a pagar a la FIFA una indemnización además de los honorarios a los abogados en caso de una controversia legal. El periodista italiano Matteo Patrono escribió recientemente en periódico italiano Il Manifesto algunos de los pleitos judiciales que surgieron recientemente. Un pub de Pretoria fue enjuiciado por haber pintado en el techo la Copa del Mundo y una fábrica de caramelos por haber impreso sobre el envoltorio de su mercadería una pelota de fútbol y la bandera sudafricana. A los vendedores de bebidas fuera de los estadios se les obligó a transferir a botellas neutras cualquier líquido que compitiera con la famosa marca de las burbujas que desde hace 40 años llena las arcas de la FIFA. Hasta un panadero de Hamburgo que había dado a sus panes la forma de la Copa del Mundo fue demandado. El caso más famosos es el de la línea aérea de bajo costo Kulula que recibió una carta de apercibimiento con objeto de que retirase inmediatamente la publicidad lanzada en los diarios locales en febrero: “La compañía no oficial de ustedes saben qué”. Hoy, 36 jóvenes holandesas fueron expulsadas del estadio Soccer City durante el encuentro entre Holanda y Dinamarca. La FIFA consideró que sus vestidos naranjas formaban parte de una publicdad encubierta de una empresa de cerveza que no era precisamente la oficial del torneo.
El libro “No logo” de Naomi Klein, una suerte de Biblia para los movimientos que luchan por un mundo más justo, cuenta cómo las grandes multinacionales se asientan en África para explotar sus múltiples recursos naturales a costa de bajos salarios y altos niveles de contaminación del medio ambiente. En un continente pobre del sur, los ricos del norte llegan con sus millones, imponen condiciones contractuales, juntan sus millones y se marchan a otro sitio a seguir con sus negocios. La descripción no difiere mucho de lo que es hoy la FIFA. La casa madre del fútbol mundial es desde hace tiempo una gran corporación, que ya vendió los derechos de televisión del Mundial en 2.000 millones de dólares tras invertir menos del diez por ciento. En tanto, el gobierno sudafricano gastó una cifra similar en la organización del campeonato, con grandes beneficios temporales, menores a los esperados, y otros que vendrán a largo plazo. Pero sería sensato que la FIFA se vincule con África no sólo bajo la lógica corporativa, sino considerando que está llevando su mayor negocio a una zona postergada, donde resulta hasta obsceno dilapidar dinero en estadios ultramodernos que después serán desaprovechados. Pero todo es una cuestión de negocios, no sólo de fútbol.
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