Pancho nació en La Plata, hace ya 100 años. De chico comenzó a lucirse como buen delantero en el club 12 de octubre, para luego probar suerte en Estudiantes. Sin lugar allí, fue a parar a Gimnasia (LP), donde se lo conoció como “El cañoncito del bosque” por su potente disparo. “Me pusieron en tercera y en mi primer partido ganamos 9-1 con nueve goles míos. Una semana después ya jugaba en Primera” recordaría tiempo después. Luego sería comprado por Boca, donde se convertiría en leyenda.
Las buenas actuaciones le permitieron llegar a la Selección Argentina según las reglas de la época, por votación. Había 5 candidatos para el puesto y fue Mario Zureda, el delegado de Gimnasia (LP), quien convenció a su colega de Independiente para darle su apoyo a Pancho. Así llegó a disputar el Mundial de 1930 en Uruguay con sólo 19 años. “Alcancé muchas cosas bonitas en mi carrera. Sin embargo, no experimenté un dolor más amargo en toda mi vida que aquella final del Mundial perdida en 1930 ante Uruguay. Hasta el día de hoy, es algo que no puedo digerir” diría muchos años después. Pasaba el tiempo pero la bronca por aquella final lo acompañaría siempre. Pudo desquitarse en 1937, cuando Argentina le ganó a Brasil y se consagró campeón Sudamericano.
A lo largo de su trayectoria en Boca, marcó 181 goles en torneos locales, con un promedio de 0.87 por partido. También anotó 31 goles en 38 amistosos y 14 goles en 13 partidos de copas de la época. Tres veces metió cuatro goles en un partido, en 13 oportunidades hizo tres y otras 30 veces anotó dos. Hasta ser superado por Martín Palermo hace poco tiempo, era el máximo goleador en la historia del club. En 1994, la FIFA le entregó la Orden del Mérito que también recibieron cracks como Bobby Robson, Gerd Muller, Beckenbauer y Pelé.
Vivía en 60 y 25, en La Plata, en la misma casa que se compró con el dinero que recibió cuando Boca le pagó 100 mil pesos a Gimnasia (LP) por su pase en 1931. Adelante, estaba el famoso negocio familiar de lotería. En todos los rincones, Pancho siempre hablaba de fútbol. Veía los partidos por televisión o los escuchaba por la radio o se enganchaba a hablar con cualquier vecino que andaba por ahí. Pese al paso de los años, vivía el fútbol con la misma pasión que cuando jugaba. Ayer se despidió para siempre. Cañoncito ahora patea en el cielo.
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