A rezar a la cancha

El presente receso futbolístico de este 2009 ha mostrado dos fenómenos paralelos en relación al fútbol. Por un lado, la crisis económica mundial ha obligado a ciertos equipos a achicar sus presupuestos y resignarse a comprar jugadores accesibles a su economía. Por otro, los grandes medios periodísticos han mostrado grandes fichajes, principalmente en el caso del Real Madrid, presentados a estadios llenos. El fútbol se pareció más a un apéndice de la maquinaria de entretenimiento global, con un modelo más cercano al fútbol americano o a la NBA, muy lejos del deporte surgido en las entrañas de la cultura popular en el siglo XIV.

En una reciente entrevista, Jorge Valdano reflexiona sobre los recientes fichajes galácticos del Real Madrid y sus presentaciones grandilocuentes. Para el Director General del club merengue, no es que estén cambiando los clubes de fútbol, lo que está cambiando es la sociedad: “En las recientes presentaciones de Kaka y Cristiano Ronaldo hubo mucha gente joven, muchas mujeres, muchos inmigrantes. Hay un deseo muy relacionado con esta sociedad mediática que es el poder decir: ´Yo estuve ahí´”. Los espectadores que presenciaron esos acontecimientos no vieron más que discursos, imágenes en pantallas gigantes y apenas un jugador haciendo jueguito con la pelota. Eso también es el fútbol del siglo XXI.

En su texto “Fútbol y alienación” de 1966, el sociólogo Juan José Sebrelli sostiene que en tanto los individuos no juegan a la pelota y se colocan en posición de espectadores, “el fútbol se convierte en símbolo abstracto y lejano, en una deformación caricaturesca de la comunicación interhumana que ejerce poderosa fascinación y dominación sobre el espectador pasivo”. El deporte actuaría como una suerte de espacio de distracción que haría que los hinchas no se interesaran por los verdaderos problemas de las sociedades en las que viven.

El filósofo y escritor italiano Umberto Eco sostiene que el discurso sobre el deporte viene a reemplazar a las discusiones políticas, lo que para él se presenta como algo indeseable. Esto genera una ficción en los participantes de las charlas futbolísticas, “una ilusión de interesarse en el deporte”, cuando no se trata más que de hablar del deporte en lugar de practicarlo. Pero la realidad es que cada vez se habla más de fútbol, o de aquello que rodea al fútbol. Será porque cada vez hay más aficionados a este deporte. Y porque los aficionados son cada vez más fanáticos y viven las victorias y las derrotas que sufren los jugadores de su equipo como propias. La FIFA cuenta con 208 países miembros, más que los 192 que forman parte de las Naciones Unidas.

En un reciente artículo publicado en el diario español El País, el periodista inglés John Carlin abona la teoría del fútbol como la nueva religión global. “La pasión por el fútbol abarca a todas las religiones, razas, lenguas” concluye. El escritor inglés Stepphen Tomkins opina allí en el mismo sentido: “Estamos abandonando las iglesias por los campos de fútbol. Los jugadores son dioses, las gradas, los bancos de la iglesia. El fútbol es la nueva religión”. David Winner, otro escritor nacido en Inglaterra, piensa algo parecido: “El fútbol está llenando el vació cultural que ha dejado la religión”. La mercantilización de la religión (con miembros de la iglesia enriquecidos con el aporte de los fieles) y la del fútbol (con dirigentes y jugadores ganando dinero a partir de los gastos de los hinchas) son fenómenos que no parecen tan disímiles. Esos fanáticos - fieles se convierten en un mercado apetecible, en medio de un discurso periodístico que tiende a realzar la pasión de los hinchas.

Lo cierto es que ciertas prácticas de los aficionados futbolísticos se han trasladado a otros espacios sociales. Ciertos rituales propios de las hinchadas argentinas han aparecido en recitales de rock y hasta en marchas sindicales, cuando no son los propios barrabravas los que encabezan esas manifestaciones. La identificación con un equipo de fútbol tiene menos exigencia que otros colectivos sociales: no cuesta mucho dinero e implica poco más que poner el cuerpo en la cancha y sus alrededores. A veces, a eso debe agregarse la capacidad de involucrarse en peleas y mostrar habilidad en la lucha. A cambio, los hinchas se relacionan con pares, tienen la posibilidad de conectarse con emociones placenteras (si su equipo gana) y en el estadio pueden vivir sensaciones que le son ajenas los otros días de la semana en que no juega su equipo. Pero en el campo de juego, cuando los 22 jugadores disputan un partido, son ellos los que dan vida a este deporte que nació hace más de 500 años. Como sostiene Valdano, eso poco ha cambiado. Quizás ya sea hora de prestar atención a lo que sucede de la línea de cal para afuera, sobre todo en tiempos de crisis.

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