No importa ya (Di Zeo – Martín y la última parábola de la violencia del fútbol argentino)

La tribuna del estadio de Unión sin la barra
No importa ya si los grupos de Rafael Di Zeo y Mauro Martín se enfrentaron en Santa Fe o en Buenos Aires. No importa ya quien atacó primero a quien. No importa si los heridos son de uno u otro bando. No importa el último discurso que instiga a terminar con este flagelo y a erradicar “a los violentos del fútbol”. No importa el último discurso que se saca el problema de encima y acusa a otro por ser el violento.

Sin muertos en su haber, el enfrentamiento del último sábado entre los grupos de Mauro Martín y Rafael Di Zeo, que luchan por el liderazgo de la hinchada de Boca, es una muestra de las prácticas violentas de los grupos de hinchas organizados modernos en Argentina, ampliamente repetidas: una pelea distante de los estadios, con armas de fuego, hinchas de un mismos equipo enfrentados por un cargo que garantiza un cuantioso botín. Hasta la complicidad de los dirigentes se hizo presente en los hechos, cuando el grupo de Di Zeo dijo a la policía que no tenían entradas para el partido ante Unión pero que las recibirían más tarde de un dirigente del club.

Cualquier circunstancia en relación al hecho puede rastrearse en el pasado. “Una increíble escena de guerrilla” escribió el periódico italiano Il Mattino, para describir otro enfrentamiento en una ruta argentina entre dos hinchadas de fútbol. Sucedió el 20 de abril de 2003, cuando las hinchadas de River y Newell´s se cruzaron en plena Ruta 9. Aquella batalla le costó la vida a Claudio Puchetta y Claudio Ponce, del bando rojinegro.

Los discursos de indignación, de barras bravas como delincuentes y bestias, de eliminación de las lacras, es el discurso dominante desde que las barras existenten. "Hay que proponerse sacar a los responsables de la violencia de los estadios, y se hace entre todos", lo actualizó esta vez el Senador y Presidente de Quilmes Aníbal Fernández. En 1990, el Presidente Carlos Menem dijo que estaba decidido a terminar con las “barras bravas” “sí o sí” y los trató como bestias. Julio Grondona afirmó ese año, tras la muerte del hincha de boca Saturnino Cabrera: “Los dirigentes somos los primeros que tenemos identificados a los integrantes de las ´barras bravas´, junto con la policía y el periodismo, y asumimos nuestra responsabilidad para erradicarlos definitivamente de las canchas”. Los discursos se repiten hace años y los resultados en la práctica son los mismo.

En 1990, el gobierno de Menem implementó el derecho de admisión en el fútbol. Los dirigentes debían pararse en la puerta de los estadios y señalar quienes no podían ingresar por ser barrabravas, pero nada de eso sucedió, porque los directivos no aceptaron el reto. Hoy, el derecho de admisión está digitalizado y un dedo puede dejar a los hinchas fuera del estadio. La presidente Cristina Kirchner llamó ayer a los clubes a entregar las lista de los barras para impedir que ingresen.

Pero la peor parte de esta nueva secuencia es quizás la premisa mayor: suponer que es necesario erradicar a 100 o 200 barras para solucionar el problema de la violencia del fútbol argentino. El reciente documento titulado “Propuestas de acción e intervención para la construcción de una seguridad deportiva” define como pocos la necesidad de dejar de lado el discurso represivo y exterminatorio que reproducen buena parte de los medios masivos y la necesidad de construir entre distintos sectores eventos deportivos seguros en el largo plazo.

Porque la verdadera violencia en el fútbol no es la de Di Zeo y Martín, mercenarios que dirimen sus asuntos fuera de toda ley. La verdadera violencia que se vive en el fútbol argentino responde a múltiples causas: una organización institucional deficiente; una policía mal preparada y mal organizada para prevenir; la cultura del honor como valor supremo, que no da lugar a la derrota; la violencia como capital simbólico y fuente de negocios; la relación de apoyo y connivencia entre barras y dirigentes deportivos, políticos, jugadores, entrenadores y empresarios privados; la organización del acontecimiento deportivo como intrínsecamente peligros, con vallas, caballos y alambrados; los estadios deficientes, descuidados, mal iluminados, con hacinamiento para los concurrentes; la legitimación por parte de los hinchas de las actuaciones de su propia hinchada, muchas veces violentas e ilegales.

El sábado fueron Di Zeo y Martín, barras devenidos persones mediáticos mientras dirimen sus negocios ilegales privados. Mañana serán otros. No importa ya. Importan las planificaciones a largo plazo; la necesidad de correrse del discurso exterminador; la preparación de trabajos interdisciplinarios; la imperiosa necesidad de reconocer a los distintos actores responsables de la violencia, que no son sólo los barras bravas; el análisis de las causas que posibilitan que las prácticas violentas se llevan a cabo en los estadios para intentar cambiarlas. Eso es lo que importa.

2 comentarios:

  1. Hola, muy buenas las notas. Puede ser que tengan un estilo parecido al de Fernández Moores en su espacio de La Nación de los miércoles? Un abrazo

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