Ahora que ya se fue, el Mundial yo es un grupo de hinchas en las calles, el sueño de un gol imposible, la ilusión de ver a un ídolo levantando la copa o la patria con un sueño en conjunto. Brasil 2014 se sonó mucho y se evaporó rápido, como muchas de las cosas que nos apasionan.
Hoy la
Copa del Mundo es un trozo de los recuerdos, pero que supo acomodarse bien en
las vitrinas de lo que fue. Entre la ilusión y el pasado, el gran
acontecimiento deportivo dejó postales para la memoria, dentro y fuera de la cancha.
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El
césped. El Mundial trajo un mensaje de aliento para
aquellos que soñamos con un fútbol entretenido y vistoso. Pronto, la primera
fase entregó las nuevas tendencias. La mayoría de los equipos propusieron partidos
abiertos, con prioridad en el arco rival. Este tramo dejó buenos encuentros y
récord de goles, como para recordar que el fútbol es un juego de defensa y
ataque y que para ganar partidos es necesario mirar el arco de enfrente además
del propio. Estrellas como Messi, Robben, Neymar, Benzema, Muller, James
Rodríguez mostraron un buen nivel. Y el buen fútbol se hace de buenos
jugadores.
El estilo español, que vio la gloria en 2010,
y el fútbol del Barcelona, parecen haber hecho efecto y otros equipos parecen
haberse contagiado, cada uno con su estilo y sus recursos.
Si bien la segunda parte mostró encuentros más
cerrados, se fue un
torneo de buenos técnicos, buenos jugadores y buenos partidos. La consagración
alemana premió a un gran equipo, que planificó bien en el pasado y en el
presente cosecha un campeonato con un estilo definido, capaz de reinventar su
tradición deportiva.
La
incorporación de la tecnología para determinar la validez de los goles también
representa un paso adelante en el desarrollo del fútbol.
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Las
tribunas. Este Copa del Mundo ratificó su perfil de
evento global, destinado a fanáticos adinerados dispuestos a visitar al país
anfitrión, y a millones que deben conformarse con verlo por las cadenas de
televisión.
La FIFA tiene en sus manos un producto
apetecible y redituable, y lo ofrece a su modo. Sus reglas incluyen entradas
claras, exclusión de impuestos locales, flexibildad en las leyes penales y buen trato a sus sponsors, para que por
ejemplo cuenten con zonas exclusivas para la venta del merchandising oficial o
puedan ofrecer cerveza en los estadios.
Los anfitriones obedecen, aun a riesgo de que el gran negocio siempre es
redituable para las cuentas de la FIFA, pero no siempre para el país anfitrión.
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Las
calles. Mucho cambió en Brasil entre junio de 2013 y
junio de 2014. Las marchas multitudinarias del año pasado presagiaban un
escenario caótico para la Copa del Mundo, pero las profecías no se cumplieron.
Cuando el balón se echó a rodar, la pasión y la energía de los brasileños se
pusieron detrás del aliento a su selección y en el disfrute de la fiesta. La
pelota apareció en primer lugar. Los reclamos por mejoras salariales, por el
valor del boleto de colectivo y por gastos excesivos pasaron a otro plano.
Los que poblaron las calles de felicidad fueron fanáticos de Argelia, Costa Rica, Colombia, Argentina y Alemania, que fueron por miles a saludar a sus héroes de regreso a su patria, tras la buena actuación en la copa.
En Brasil, las protestas aparecieron en
cuentagotas, principalmente el primero y el último día, como si nada pudiera
empañar el desarrollo del espectáculo fastuoso. En suma,
el Mundial nos recordó el poder mágico de la pelota, capaz de pasar a un segundo plano buena parte
de todo aquello que genera.
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Los
escritorios. Desde hace tiempo el mundial se presenta
como un acontecimiento político, económico y social, trascendiendo largamente
su faceta deportiva. La FIFA no sufrió en carne propia las protestas, pero
desde hace rato la asociación perdió la batalla cultural sobre su propia
reputación.
Cuando los reclamos parecían contenidos y la
organización aparentemente encaminada, la caída de un puente en Mináis Gerais,
con dos víctimas fatales, nos recordó el caótico proceso previo a la copa.
Estadios terminados contrarreloj, obreros muertos por trabajar allí, obras de infraestructura que nunca se realizaron y
otras a medio hacer. Brasil 2014 fue el Mundial más caro de la historia y
estuvo lejos de ser el mejor organizado. El dinero no fue garantía de eficiencia.
La goleada de Alemania a Brasil en semifinales
fue el fin de una historia que comenzó en 2007, cuando el país sudamericano
recibió oficialmente la sede de la copa. Entonces, era la potencia continental
con crecimiento económico a tasas chinas, que veía en el deporte un espacio más
donde potenciar su expansión. Luego de 7 años, aquel sueño que esperaba
terminar con el trofeo en manos brasileñas culminó con una goleada en contra y
muchos de los proyectos de infraestructura inconclusos. En el medio, quedó un
pueblo desilusionado que ve como aquella promesas de una vida mejor a través de
la Copa del Mundo quedó lejana.
Finalmente, un escándalo de venta y reventa de entradas
que involucró a dirigentes ya personajes cercanos a la propia FIFA, como Raymond Whelan, miembro de una empresa encargada de la venta
de entradas, fue el saldo final del proceso de organización y desarrollo de un
Mundial que rompió el viejo paradigma de que el gran acontecimiento deportivo
es apetecido y de por sí beneficioso para el desarrollo de los países.
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Aquí un video con buenos momentos de Brasil
2014: